PRÓLOGO
Abrir paso a las más profundas y verdaderas reformas
Por Andrea D’Atri
“Habría que considerar irremisiblemente perdidos a aquellos comunistas que imaginaran que se puede consumar una empresa de alcance histórico mundial, como la de establecer las bases de una economía socialista (sobre todo en un país de pequeños campesinos), sin errores, sin retrocesos, sin recomenzar de nuevo múltiples veces tareas inacabadas o mal ejecutadas. No están perdidos (y con mucha probabilidad no sucumbirán) los comunistas que no se dejen arrastrar por las ilusiones ni por el desánimo, y que conserven la fuerza y la flexibilidad necesaria para recomenzar desde cero y consagrarse a una de las tareas más difíciles.” Lenin, 1922
“Todo el que se inclina ante los hechos consumados es incapaz de preparar el porvenir.” Trotsky, 1936
I
Rusia –el eslabón más débil de la cadena de países imperialistas- llegó a la dictadura del proletariado, antes que los países avanzados. Reformas profundas que se prometían en las democracias más avanzadas de Occidente, se plasmaron en la nación más atrasada de Europa, empujándola violentamente a ocupar un puesto de vanguardia en la historia mundial. Pero su atraso económico y cultural, junto con la derrota del movimiento obrero de los países avanzados, eran fuerzas poderosas que se erigían entre el momento inicial de la revolución y el objetivo final del socialismo.
La dirección del Partido Bolchevique estaba convencida de que sólo una revolución triunfante en el seno de la moderna Europa impulsaría nuevamente las fuerzas agotadas del proletariado ruso y de su economía arrasada por el esfuerzo bélico, permitiendo elevar el nivel cultural de las masas que, durante siglos, se vieron atenazadas por el zarismo, la superstición y los patriarcas de la Iglesia Ortodoxa. “No cabe duda que la revolución socialista en Europa debe estallar y estallará. Todas nuestras esperanzas en la victoria definitiva del socialismo se fundan precisamente en esta seguridad y en esta previsión científica”, escribía Lenin, en enero de 1918. (1) Es cierto que, como señala Isaac Deutscher, “los bolcheviques hicieron su Revolución de Octubre de 1917 con la convicción de que lo que ellos habían iniciado era ‘el salto de la humanidad del reino de la necesidad al reino de la libertad’. Vieron al orden burgués disolviéndose y a la sociedad clasista derrumbándose en todo el mundo, no sólo en Rusia.”(2) Pero el país exhausto por su participación en la guerra imperialista, tuvo que pasar por “una guerra civil franca y encarnizada” en la que “la vida económica se subordinó por completo a las necesidades del frente.”(3)
Entre 1918 y 1921, cuando el flamante estado obrero vivió el período conocido como “comunismo de guerra”, los esfuerzos se concentraron en la industria militar y en combatir el hambre que asolaba las ciudades: “una reglamentación del consumo en una fortaleza sitiada”, dirá Trotsky.(4) Mientras tanto, la revolución era derrotada en la avanzada Alemania y las fuerzas conservadoras del antiguo orden europeo recuperaban cierto equilibrio. En toda Rusia, la industria producía menos de una quinta parte de lo que había producido antes de la guerra imperialista; Moscú contaba con la mitad de población que antes de la contienda, Petrogrado con apenas un tercio. A principios de 1919, el proyecto de la reacción europea de rodear a la naciente república de los soviets se puede decir que había sido consumado: al oeste, asediaban el ejército alemán y la flota inglesa, los checoeslovacos y las tropas blancas comandadas por Kolchak; al norte, tropas inglesas, francesas, americanas y serbias; al sur, franceses, ingleses y el ejército blanco comandado por Denikin; al este, los japoneses y los jefes cosacos, antiguas cabezas de las fuerzas represivas imperiales.
En medio de esta situación, la expectativa de los dirigentes bolcheviques en la revolución alemana no era una mera ensoñación de líderes trasnochados: si el poder soviético se había sostenido en sus primeros meses, se lo debía al proletariado europeo, donde se destacaba la heroica clase obrera germana que –envuelta en el drama de la guerra imperialista y vestida con los uniformes de marineros y soldados- había derrocado al Reich. El destino de la revolución rusa, para Lenin y Trotsky, se encontraba atado indisolublemente a la resolución que, finalmente, tuviera esta monumental batalla de clases en uno de los países capitalistas más avanzados de la época.(5) Y sin embargo, en medio de esta situación dramática que nublaba el horizonte de la Rusia soviética, haciéndole temer a los revolucionarios un casi seguro retroceso en las posiciones conquistadas, redoblaron la apuesta y el primer estado obrero de la historia se proveyó de una legislación particularmente vanguardista. “El régimen soviético no tenía aún un mes de existencia cuando publicó un decreto que el gobierno provisional no había sido capaz de elaborar a los ocho meses de estar en el poder: la ley del divorcio y más particularmente el divorcio por consentimiento mutuo. Casi al mismo tiempo el matrimonio civil reemplazó al religioso. (…). El fin de esta reforma, según uno de los principales legisladores de la época consistía en transformar una institución que ‘ha de dejar de ser una jaula donde los esposos tienen que vivir a la fuerza.’”(6)
El historiador Henri Chambre señala que la legislación soviética se sometía a dos principios fundamentales: “la emancipación de la mujer y la desaparición de la desigualdad de derechos entre el hijo natural y el hijo legítimo.”(7) Es la misma apreciación de Wendy Z. Goldman, que ya desde las primeras páginas de La mujer, el Estado y la Revolución indica que, “desde una perspectiva comparativa, el Código de 1918 se adelantaba notablemente a su época. No se ha promulgado ninguna legislación similar con respecto a la igualdad de género, el divorcio, la legitimidad y la propiedad ni en América ni en Europa. Sin embargo, a pesar de las innovaciones radicales del Código, los juristas señalaron rápidamente ‘que esta legislación no es socialista, sino legislación para la era transicional’. Ya que este Código preservaba el registro matrimonial, la pensión alimenticia, el subsidio de menores y otras disposiciones relacionadas con la necesidad persistente aunque transitoria de la unidad familiar. Como marxistas, los juristas estaban en la posición extraña de crear leyes que creían que pronto se convertirían en irrelevantes.”
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