1910: OLIGARQUIA Y REPRESION A LOS TRABAJADORES
Los antecedentes: La Semana Roja Los trabajadores de la Argentina habían comenzado el siglo XX desplegando una enorme combatividad. Se realizaron huelgas generales en 1902, 1904, 1905, 1907, 1908 y 1909, además de innumerables huelgas y batallas parciales en fábricas, talleres, puertos y ferrocarriles. La FORA (de tendencia anarquista) agrupaba a la mayoría de los gremios, junto a la UGT de socialistas y sindicalistas (luego transformada en CORA).
Las condiciones de vida de los trabajadores eran de superexplotación, con largas jornadas laborales y bajos salarios. Las familias obreras se hacinaban en conventillos.
En 1909 los gremios de conductores de carros y choferes de Buenos Aires habían votado una huelga por tiempo indeterminado desde el 1º de mayo. Ese día, como sucedía en los últimos años, estaban planificados dos actos: el de los anarquistas en Plaza Lorea (actual Plaza Congreso) y el de los socialistas en plaza Constitución.
La policía, bajo las órdenes del presidente Figueroa Alcorta y del jefe de la fuerza, Falcón, irrumpe ese día en el acto de los anarquistas, iniciando una descarga sobre los manifestantes, que se dispersan ante la ferocidad del ataque. El saldo de la represión son ocho obreros muertos y más de cien heridos.
El domingo 2 de mayo, como respuesta se inició una huelga general convocada por la FORA y la UGT. Ésta tuvo un acatamiento total. Más de trescientos mil obreros apoyaron el paro en la Capital. Las fábricas cerradas y los medios de transporte paralizados fueron el resultado.
Cuando se procede al entierro de las víctimas se produce una nueva arremetida policial, cayendo varios obreros heridos en la intersección de las calles Thames y Triunvirato. La huelga se prolonga por una semana, con un alto nivel de violencia en las calles, donde se producen varios enfrentamientos y tiroteos con la policía.
Finalmente, la intensidad del movimiento obliga al gobierno a ceder en varios reclamos que pedían los gremios de conductores y choferes, la apertura de los locales obreros y la liberación de los presos. Era un triunfo importante contra la represión estatal y el gobierno.
A fines de ese año el joven obrero anarquista Simón Radowitsky toma en sus manos la venganza contra el jefe de policía Falcón, a quien le arroja una bomba produciendo su muerte. La valentía de su acción, junto al odio por las muertes obreras recientes, lo cubre de un manto de heroísmo para miles de trabajadores. Sin embargo, su acción de venganza individual es la excusa que utiliza el Estado para una ofensiva reaccionaria contra el conjunto de los trabajadores. El gobierno impone el estado de sitio en todo el país y desata una brutal reacción contra el movimiento obrero, deteniendo y deportando a numerosos militantes obreros de distintas tendencias, clausurando locales obreros y cerrando periódicos. El estado de sitio es decretado por dos meses.
Más de quinientos activistas son detenidos, y muchos de ellos deportados, mayoritariamente los anarquistas. Comienzan a organizarse “grupos patrióticos” nacionalistas y racistas formados por civiles, que atacan a los obreros como adelanto de lo que será la Liga Patriótica constituida durante la Semana Trágica de 1919. El estado de sitio se mantiene hasta el 13 de enero de 1910.
Los enfrentamientos del Centenario
A pesar del estado de sitio y la represión la situación no se estabiliza. Las huelgas comienzan a sucederse en varios sectores. El dirigente anarquista Abad de Santillán plantea que la huelga del Centenario fue decretada por la FORA, pero en realidad impuesta por las masas obreras, que acumulaban un gran descontento. El 1º de mayo de 1910 más de setenta mil trabajadores se concentran en la Plaza Colón, algo nunca visto. El 18 de mayo iba a iniciarse la huelga general por tiempo indeterminado pero el gobierno conservador decide adelantarse con la represión para evitarla, viendo que peligra su prestigio ante el mundo.
Desde el día 13 de mayo comienzan las detenciones en masa, y son apresados los miembros del Concejo Federal de la FORA, el comité central de la CORA y los redactores de los diarios anarquistas La Protesta y La Batalla. Se decreta el estado de guerra, mientras grupos de civiles nacionalistas organizan marchas antiobreras. Incendian el local de La Protesta y destruyen el de La Vanguardia, y se queman bibliotecas de locales obreros. Los grupos nacionalistas están integrados por hijos de los ricos, diputados conservadores, funcionarios del gobierno, policías y militares. Gritan: “¡muera el anarquismo!”, “¡abajo la huelga!”, “¡mueran los obreros!”, “¡viva la burguesía!”, “¡mueran los enemigos de la patria!” y “¡viva la patria!”. Estos son los clamores de la burguesía argentina para festejar el Centenario.
Al parecer, los grupos reaccionarios quieren repetir sus proezas sangrientas en los barrios obreros del Sur, pero uno de sus dirigentes los convence de abandonar esta intención. Tenía datos precisos –les dijo- de que en La Boca y Barracas los obreros estaban esperándolos y que “hasta las mujeres les echarían desde las azoteas agua hirviendo”.
Con más de dos mil obreros presos, la censura de las publicaciones obreras y el estado policial, la huelga general no se puede llevar adelante, pero los festejos del Centenario tampoco se pueden realizar “en paz”, cruzados por enfrentamientos callejeros.
Los actos del primer centenario de la Revolución de Mayo, que la oligarquía pretendía mostrar al mundo como una expresión del “orden y progreso” conseguido en el país, se transformaron así en una lucha violenta entre las clases, con saldos sangrientos y miles de detenidos.
El 27 de junio de 1910 el Congreso Nacional vota una nueva ley reaccionaria: la Ley de Defensa Social, que se agrega a la represiva Ley de Residencia votada en 1902. Incluye penas de varios años de prisión al que hiciera propaganda a favor de una huelga, a los que difundieran ideas anarquistas, a los que insultaran a la Constitución Nacional o los símbolos patrios. Prohibía la utilización de banderas rojas y la realización de reuniones, entre otras cosas, todas punibles con varios años de prisión o la deportación.
La represión del Centenario será un golpe durísimo para el movimiento obrero, especialmente para la FORA anarquista, con sus principales dirigentes y activistas encarcelados o deportados. Luego de este retroceso la corriente anarquista, aunque se recuperará parcialmente, nunca volverá a tener la importancia que consiguió en la primera década del siglo.
Los enfrentamientos del Centenario y la represión sobre el movimiento obrero marcan así un hito en la lucha de la clase obrera contra los capitalistas. Como señaló el dirigente sindicalista Marotta: “El gobierno triunfó, pero la historia recordará que para celebrar la fecha de la Independencia fue necesario convertir a Buenos Aires en un campamento militar, con estado de sitio y con cárceles repletas”.
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